Cuenta la mitología que Filoctetes, uno de los héroes griegos que formaban parte de la expedición a Troya, fue herido en un pie por la mordedura de una serpiente. Se cuenta que su herida infectada envenenaba el aire y sus desgarradores gritos de dolor atormentaban a sus compañeros. De tal modo, que el héroe fue cruelmente abandonado por los griegos a su suerte en la isla desierta de Lemnos. Diez años después, el ejército griego sigue sin conquistar Troya. Sabedores los caudillos griegos que, tal como establecía una vieja profecía, no se podía conquistar Troya sin la ayuda del arma más poderosa: el arco de Filoctetes, heredado de Heracles, deciden recuperarlo volviendo a la isla en donde el héroe de la tragedia fue abandonado. Aquí comienza el texto de Sófocles, su última tragedia, una obra de intriga, sin sangre, con una perfecta construcción dramática que aumenta el suspense a medida que la trama se complica. Sófocles haciendo de Hitchcock. En la época arcaica el clamor por la justicia surgió tanto en el orden de lo religioso y ético, como en lo político. Se llegó a defender la igualdad en los destinos humanos, en el sentido que las vidas de cada persona estuvieran equilibradas en el sentido de la buena y mala suerte. En esta tragedia se nos presenta a un personaje en el que parece que el destino se ha cebado duramente. La injusticia de la suerte corrida por Filoctetes pone al público de su parte. Es el chivo expiatorio, el excluido, el apestado, tratado con una crueldad inmisericorde. Duele porque además la altura moral del personaje está muy por encima de sus compañeros verdugos, unos auténticos corruptos. Al público de hoy la obra les va a remitir a la impunidad con que ciertas gentes pueden utilizar la justicia y el poder para su propio provecho, sin contemplaciones. “El fin justifica los medios”, al precio que sea.
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