EL SUSPIRO DE UNA FLOR
Sófocles es la esencia de la tragedia clásica. Tanto que todas las definiciones del espíritu y el arte griego son ante todo definiciones de su espíritu y de su arte. Sófocles es la quinta esencia de una época, imponiéndose como maestro y referente de filósofos autores de su tiempo y de todos los tiempos. Es directo y reflexivo, lúcido y accesible. Sin excesos, sus obras observan el transcurso de la vida con objetividad y sutileza. En Ayax quiero respetar ese espíritu helénico con una obra que quiere ser una oda a la belleza y a la sencillez.
¿La escenografía? El Teatro Romano de Mérida. No hace falta más. Los actores salen como sombras del pasado, como personajes eternos de la Mérida de hace 2000 años. El coro es el protagonista
principal. Ayax es un trabajo de ensemble, sus movimientos y sus voces son corales e individuales, buscando la claridad y la emoción del mensaje, de la historia de una vida. Para ello, la poética versión de Miguel Murillo nos ha proporcionado un punto de partida perfecto.
En mis obras nunca separo movimiento, voz y personaje… son piedras angulares siempre unidas. La humanidad de las ideas y de la filosofía de Sófocles nos permite ver al hombre y al héroe, con sus
virtudes y sus defectos. El Ayax de Sófocles es comparable a La vida es sueño de Calderón o a La tempestad de Shakespeare. Siempre hay un conflicto trascendental: el personaje prefiere morir a vivir humillado.
Recuerdo una leyenda sobre la muerte de Ayax. De su sangre, delante de las murallas de Troya, nació una flor, un jacinto rojo. Sobre uno de sus pétalos se podía leer una A, al tiempo inicial y onomatopeya de un suspiro. Esta obra es un suspiro por Ayax. Y por todos los hombres y mujeres que han muerto, generación tras generación, en la rueda macabra y eterna de las guerras.
Denis Rafter
SINOPSIS
Ayax, el héroe de Salamina, es despojado del trofeo de las armas de Aquiles a causa de las maniobras de Ulises. En su desesperación y movido por la ira, Ayax ataca a los suyos con la intención de matar a Agamenón, Menelao y Ulises. Atenea se interpone en su camino y consigue confundirle para que sus ataques se dirijan hacia las reses que constituyen el botín de guerra griego. Ante las murallas de Troya, Ayax el invencible es consciente de la gran humillación a la que ha sido sometido y se hunde en un abatimiento que le conduce al suicidio. De nada sirven los ruegos de los suyos. Una vez muerto, los átridas deciden prohibir su enterramiento pero Ulises, el que fuera su enemigo irreconciliable, intercede por Ayax y logra que en su última hora, el que fuera proscrito y perseguido por su delito contra la propiedad griega, reciba los honores que corresponden al soldado heroico de aquella larga confrontación.